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La lucha de una madre contra el autismo de su hijo y los recuerdos y el trauma del abuso doméstico

Planeta Venus | 07 de marzo, 2024


Por Verónica Rendón


Verónica Rendón, a la izquierda, con Adriana Nava, coordinadora de servicios familiares del Comité Internacional de Rescate. JAIME GREEN The Wichita Eagle


Nota del editor: Esta es una de una serie de columnas de residentes invitados del área de Wichita para contar sus historias, en sus propias palabras, destacando las barreras que impiden la participación plena en la vida comunitaria. El Fondo para Voces No Escuchadas ha sido proporcionado por el Instituto Americano de Prensa a través de su Fondo de Discurso Cívico y Voces Comunitarias.


Esta historia fue editada por motivos de traducción.


Mi nombre es Verónica Rendón; Tengo 46 años, soy mexicana.

Tengo a mi madre, cuatro hermanas y tres hermanos, mi padre murió hace ocho años de cáncer en los huesos.


Cuando tenía 19 años, me casé por la iglesia; mi esposo era cinco años mayor que yo, él vivía en Estados Unidos, y fue a México por un mes.


Nos conocimos, y después de un mes de conocernos, me pidió matrimonio y nos casamos en febrero.


Después de una semana de casados, él regresó a los Estados Unidos, yo me vine el 31 de mayo de 1997, con una visa de turista.


Él se metió en problemas cuando cruzaba la frontera y lo metieron a la cárcel durante nueve meses. Yo llegué a vivir con mis suegros.


Un año después de todo esto, tuve una niña que fue la luz de mis ojos. Pero entonces, comencé a sufrir de violencia doméstica.


Yo no tenía familiares cerca ni nadie en quien confiar. Además, no sabía hablar inglés. Yo nunca le dije nada a mi familia de lo que estaba pasando para no preocuparlos porque ellos estaban muy lejos.


Después de seis años, quedé embarazada nuevamente y perdí a mi bebé a los tres meses de embarazo. Un año después quedé embarazada nuevamente y tuve a mi hijo. Un hijo del cual estoy muy orgullosa. En este momento, él está en la Marina de los Estados Unidos.


Mi matrimonio duró 17 años. Yo trabajaba en una tienda y en una gasolinera, yo tenía dos trabajos. Mi esposo no trabajaba.


Cuando mi hijo tenía cinco años, mi esposo me pegó tanto que ni yo misma me reconocía en el espejo. Casi perdí mi trabajo en la tienda porque estuve ausente por unos días. El gerente de la tienda me convenció que saliera de la casa donde vivía y me fuera a un lugar de ayuda para mujeres que sufren de violencia doméstica.


Dos semanas después de irme, regresé por mis hijos. Mi esposo dijo que iba a cambiar, pero no fue así; las cosas fueron peores, y así pasó el tiempo.


Cuando mi hijo tenía siete años, le llame a la policía y arrestaron a mi esposo, pero fue solo por 24 horas.


Mis hijos y yo estábamos durmiendo en el coche hasta que pude alquilar un apartamento por la semana. Después tuve que salirme de ese apartamento porque mi hijo era alérgico a los gatos y a los perros, y una mujer con gatos había vivido allí durante diez años.


El doctor de mi hijo me dijo que si quería que mi hijo estuviera bien, teniamos que salirnos de vivir de ese lugar.


En ese momento, yo sentía que estaba dando dos pasos hacia adelante y cinco pasos hacia atrás.


Me dí cuenta que estaba embarazada de nuevo, así que volví con mi marido otra vez. 


Después tuve que llamar a la policía otra vez por el maltrato, pero él tenía una forma tan dulce de tratar a los oficiales, y ellos pensaban que yo estaba loca. Y como los niños no decían nada por miedo, la policía le creía a él.


Una vez, él le dijo a la policía que yo tenía depresión posparto, mi hija ya tenía ocho meses. Antes de que los policías se fueran, yo traté de convencerlos que el estaba diciendo mentiras. 


Una semana después de ese incidente, mi esposo me tomó por el cuello y yo no podía respirar. Mi hija mayor, escuchó el ruido y salió a la cocina y vio lo que estaba pasando.


Ella se puso de rodillas y le suplicó por mi vida. No sé cómo él la escuchó y me soltó.


Después me dijo que le agradeciera a mi hija por mi vida porque si no fuera por ella, yo estaría muerta.


Después de ese día, sentí como si se me cayera la venda de los ojos. Yo tenía que vivir para mis hijos y para nadie más.


Llamé a la policía y les rogué que me prestaran atención, les dije que yo estaba en peligro. Esa vez mi hija también habló y contó la verdad de lo que sucedía. 


Me llevaron a un hogar para mujeres víctimas de violencia doméstica y nos quedamos allí tres meses.


Nunca dejé de trabajar, ahí me ayudaron a obtener mi ciudadanía y a conseguir un apartamento. Tuve que tener hasta tres trabajos para poder salir adelante. Luchamos mucho.


Mi esposo no dejaba de molestarme tuve que ir a la corte para poner una orden de restricción para que no se acercara a nosotros. También solicité el divorcio.


Un año después, conocí al hombre que hoy es mi esposo. Después de un año de conocerlo, le dí mi número de teléfono, pero yo tenía mucho miedo.

Hoy llevamos ocho años casados y tenemos un hijo.


Mi hijo tiene autismo. Cuando lo diagnosticaron fue muy difícil para mí porque no sabía lo que era el autismo, yo tenía un trabajo de medio tiempo, pero tuve que dejarlo para poder ayudar a mi hijo.


Mi esposo siempre me ha apoyado y ama mucho a todos mis hijos.


Dicen que el hombre que cría es más padre que el que engendra.


Hoy me gustaría terminar mi educación para poder trabajar en un lugar donde ayuden a niños con discapacidades y poder ayudar a mis hijos. Además de mi hijo con autismo y mi hija menor fue diagnosticada con TDAH.


Mi hija mayor terminó la universidad, ella estudió ciencias animales. Mi segundo hijo está en la Marina, está casado y tiene un hijo de 2 años, es un hombre responsable y amoroso. Mi hija menor tiene 11 años, tiene TDAH, y problemas de concentración.


Yo estoy aprendiendo como poder ayudarla a ella y a mi hijo, de casi siete años, que tiene autismo y trastorno del desarrollo global.


Hoy agradezco a Dios y a muchas personas que me han ayudado.


Hace menos de un año, comencé el programa de conexiones comunitarias del Comité Internacional de Rescate para obtener orientación y apoyo.


Yo tenía problemas para encontrar ayuda para mi hijo con autismo y para mi hija con TDAH.


Me recomendaron a Adriana Nava, coordinadora de servicios familiares. Ella me ayudó a encontrar un terapeuta para mis hijos y a abogar por mí y mis hijos en su escuela, y a encontrar ayuda con planes individuales que se adapten a las necesidades de cada uno de mis hijos.


Mujeres como Adriana marcan la diferencia en cada una de las familias. Es una mujer inteligente que escucha, no juzga, y en su trabajo sabe escuchar y entender a las personas.

Mujeres como ella marcan la diferencia.


Como mujer, debes tener la fuerza de voluntad para salir adelante, aun con mucho miedo porque muchas personas que no están en tu situación te juzgan. Pero hay que cortar la cadena para que no siga pasando lo mismo.


Yo tuve la suerte de escapar de esa situación, pero hay muchas mujeres que aún no lo han logrado. Afuera hay mucha ayuda y se puede salir adelante.


Esta historia fue producida como parte de Wichita Journalism Collaborative, una colaboración de siete medios de comunicación, incluyendo #PlanetaVenus y tres organizaciones comunitarias que trabajan juntos para llevar noticias e información oportuna y precisa a las personas de Kansas.


Esta historia fue publicada con el permiso de: The Wichita Eagle


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